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Si la recuperación no es verde, ¿podemos llamarla recuperación o simplemente aplazamos el problema ?

Actualizado: 4 jun 2021



La pandemia del COVID-19 supone una serie de desafíos inéditos para nuestra época. La prioridad y las respuestas inmediatas se han enfocado en la contención del virus y la salud humana; pero a medida que la pandemia avanza, la vulnerabilidad socioeconómica de algunos sectores se agudiza y la necesidad de medidas que trasciendan la emergencia sanitaria se hace imperante.


Será la primera vez que la pobreza global por ingresos aumente desde 1998. Se prevé además que el comercio mundial disminuya un 32%; al tiempo que América Latina y el Caribe tienen prevista una caída en el PIB de más del 9% para este año (BID, 2020b). Esto implica que, además de los efectos inmediatos de la pandemia, existirán otros de largo alcance, que condicionarán el desarrollo humano en el mediano plazo. Históricamente, las crisis económicas han sido sucedidas por fuertes paquetes de estímulos para aliviar las economías, determinando el devenir de las décadas siguientes.


Hasta aquí, nada nuevo. Ahora bien, ¿cuáles son los impactos ambientales de la pandemia? ¿y los de la “recuperación”?


En el suplemento de “Economía” de agosto hablamos de “La recuperación verde e inclusiva como oportunidad”1 para una reconstrucción. En aquel momento, nos preguntamos: ¿debemos realmente regresar (a lo mismo), o podemos avanzar (hacia algo nuevo)? A continuación, algunas consideraciones.


Hasta ahora, el fenómeno COVID-19 está marcando un hito en términos de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) a nivel global, donde se prevé que caigan hasta un 8% respecto al año anterior (IEA, 2020b); significativamente más que durante la segunda guerra mundial (4% en promedio anual) y más aún que durante la última crisis financiera de 2008-2009 (1%) (Hepburn et al., 2020). Entonces, , ¿qué pasará una vez que todo vuelva a la “normalidad” y se levanten las restricciones de movilidad?, más aún, teniendo en cuenta que las emisiones de gases de efecto invernadero deberían disminuir 7,6% cada año para que el aumento de la temperatura promedio no supere 1,5°C en la próxima década (PNUMA, 2019).


Incorporando otros aspectos, la pandemia también trajo asociada cierta disminución en la presión sobre los ecosistemas. Si se compara la huella ecológica con la biocapacidad de la tierra, se puede determinar en qué momento del año agotamos los recursos que el planeta puede abastecer de forma sostenible. En otras palabras, el 22 de agosto consumimos todos los recursos que la tierra puede generar este año, a partir de esa fecha estamos ya consumiendo recursos por encima de la capacidad natural de regeneración de la tierra, hipotecando los recursos de los años siguientes. Según la Global Footprint Network (GFN), esta fecha tendía a ser cada vez más temprano en el año, atrasándose excepcionalmente por la pandemia, ya que en 2019 la capacidad de recursos del planeta se agotó el 29 de julio.


Si bien el COVID-19 abrió una ventana de oportunidad para dar salto a una transformación estructural en nuestro modo de vida, hacia economías limpias y verdes; persiste el riesgo de que la recuperación genere un “efecto rebote”, cuya foto anticipada se puede ver en China, donde las emisiones mostraron un repunte tras el control de los principales focos epidemiológicos y la posterior reapertura económica y levantamiento de restricciones. Para peor, la pandemia redundó en un mayor uso de vehículos particulares para evitar el potencial contagio en medios de transporte público; y el menor consumo de energía hundió el precio del petróleo, haciendo que muchos proyectos de energía renovable dejen de ser competitivos frente a la alternativa fósil, ralentizando la transición energética a nivel global. Preocupa también la vuelta a materiales descartables en ámbitos donde se venía avanzando en mayor o menor medida con la cultura de las 3 erres (reducir el consumo, reutilizar, reciclar).


En efecto, más allá del reto que implica superar la pandemia del COVID-19 y sus impactos, no debemos olvidar que los problemas ambientales y climáticos se presentan como uno de los grandes desafíos que marcarán la agenda global del siglo XXI (Río+20, 2012). La respuesta a la pandemia y sus efectos debe, entonces, estar coordinada con las estrategias de respuesta al cambio climático, así como con el desarrollo de políticas ambientales en materia de biodiversidad, residuos, calidad de agua, etc., ya que se trata de fenómenos con interacciones complejas estrechamente relacionadas.


Así, las soluciones y alternativas para hacer frente a los efectos socioeconómicos del COVID-19 deben centrarse en una reconstrucción social y ambiental sostenible (“build back better2”). Se trata de una oportunidad única que requerirá de transformaciones estructurales, voluntad política, acuerdos internacionales, legitimidad por parte de la sociedad y solidaridad intergeneracional.


Lejos de ser un obstáculo, una estrategia global de recuperación verde puede ser una inversión inteligente, rentable y sostenible en el tiempo. Veamos algunas alternativas.


Infraestructura Sostenible

Los estímulos para reactivar las economías se destinan, en gran medida, a inversiones en infraestructura, que pueden traducirse en crecimiento económico, empleo, integración internacional y exportaciones. Estas inversiones, por sus montos, suelen ser de largo plazo, dando forma a las economías en las décadas siguientes. Es por ello que deben priorizarse las inversiones que sean en infraestructura sostenible, aquellas que a lo largo de todo su ciclo de vida, desde su planificación y diseño, hasta su operativa y posterior desmantelamiento, minimizan las emisiones de gases de efecto invernadero, son resilientes a los efectos del cambio climático y los desastres naturales; y minimizan la contaminación local del aire, agua y desechos sólidos y peligrosos (BIDa, 2020).

Teniendo en cuenta el aumento sistemático de eventos extremos asociados al cambio climático, no solo en frecuencia sino en intensidad, invertir en infraestructura sostenible y resiliente es una decisión financieramente racional, además de las externalidades positivas que genera sobre la salud humana y los ecosistemas locales.


Si estas inversiones no incorporan una perspectiva ambiental y social de largo plazo, pueden incluso terminar siendo anti-económicas, considerando los gastos defensivos en los que hay que incurrir para paliar impactos en ambiente y salud, así como para hacer frente a costos operativos y de mantenimiento extraordinarios.


Infraestructura Natural

Parte de la inversión debe dedicarse a la conservación de la infraestructura natural o verde, se trata de aquellos ecosistemas naturales que proveen servicios alternativos a los de la infraestructura tradicional. Así, los árboles de calles, plazas, parques y jardines urbanos brindan servicios para la salud y bienestar de la población en contexto de ciudades resilientes: pueden contener el agua en momentos de tormenta, aislar térmicamente las edificaciones, conteniendo la demanda energética para calefacción y el efecto de las islas de calor en las ciudades, a la vez que purifican el aire y secuestran carbono, ofrecen espacios de esparcimiento y entornos más agradables. Esta transición hacia ciudades verdes y su posterior funcionamiento, ofrecen a su vez oportunidades de empleo -verde- tan necesarias en este momento.


Finanzas Sostenibles

Estamos frente a un momento propicio para impulsar las finanzas sostenibles, en donde las cuestiones ambientales y sociales toman protagonismo en las decisiones de inversión. Así, se podría subsidiar con tasas más bajas y períodos de repago más largos a aquellos proyectos que cumplan con ciertos criterios ambientales, adaptar los valores de referencia en las evaluaciones de inversión sujeto a parámetros verdes, coberturas de seguros para riesgo de desastres, garantías de deuda verdes, menores tasas de descuento para proyectos sostenibles; medidas que de alguna manera implican incorporar la sostenibilidad ambiental de los proyectos en la ecuación de análisis de riesgo crediticio. Del otro lado, castigar impositivamente a las inversiones intensivas en carbono o bien fijar un precio del carbono se ven como alternativas que reprimen las “inversiones grises”. En otras palabras, los impactos ambientales deben incorporarse al sistema financiero, castigando o promoviendo financieramente los proyectos de acuerdo a sus potenciales impactos ambientales, para que los precios arrojen las señales correctas.


Agricultura Urbana

La agricultura urbana y comunitaria es una solución de baja inversión con potencial para aumentar la soberanía alimentaria, generar empleo -verde-, mejorar la dieta y salud de las personas, la interacción y empoderamiento social de los ciudadanos, el sentido de pertenencia a la comunidad, el consumo local, la reducción de los precios minoristas, los costos logísticos, de almacenamiento y de las emisiones asociadas al transporte desde el campo a la ciudad. Según estimaciones del ADB (2020), cultivando en el 10% de los espacios verdes de una ciudad promedio se garantiza cubrir el 15% de la dieta básica de la población local.


Fortalecimiento de Capacidades

Si algo ha reforzado la pandemia es la importancia de la ciencia para dar respuesta a las necesidades de la sociedad. Invertir en ella será fundamental para llevar a cabo las innovaciones necesarias para desarrollar soluciones sustentables que garanticen el desarrollo sostenible en el largo plazo.


Valorización de Residuos

La valorización de residuos implica transformar un pasivo ambiental en un activo de la economía a través de su procesamiento en clave de economía circular.

Para ello, se hace necesario repensar el modelo productivo vigente, que permita transitar desde una economía basada en cadenas de valor lineales y de descarte, como la actual, hacia una economía circular de redes de valor, pensada como un sistema regenerativo, de reutilización, reprocesamiento, remanufactura y reciclaje de los materiales dentro del ciclo de vida de un producto, entendiendo al residuo no como basura sino como un producto en sí mismo, capaz de generar nuevos subproductos. No se trata de un mero capricho ambiental sino de diseñar productos y procesos que sean circulares desde su concepción, para dar lugar a alternativas que generan valor, empleo -verde- y posibilidades de acceso a mercados internacionales exigentes.


Turismo Sostenible

Turismo sostenible refiere al uso sostenible de los recursos naturales y de los servicios ecosistémicos culturales, respetando la identidad sociocultural de las comunidades receptoras y proporcionando beneficios socioeconómicos. De hecho, el Ministerio de Turismo promueve este segmento con la entrega del Premio Pueblo Turístico y el desarrollo del Sello Verde Turístico (SVT) -proyecto originado en el Grupo Interinstitucional de Trabajo en Economía Verde e Inclusiva (GIT-EVI).


El Premio Pueblo Turístico impulsa proyectos de desarrollo local mediante el aprovechamiento y la valorización de atributos patrimoniales y ambientales propios de la localidad y su entorno inmediato, apuntando al desarrollo local sostenible y a la diversificación de la oferta turística. Por su parte, el SVT tiene como objetivo promover la sostenibilidad turística entre los actores del sector y los visitantes mediante un modelo de promoción y reconocimiento de buenas prácticas socioambientales.


En un contexto de COVID y de cierre de fronteras es relevante no sólo promover sino también apoyar este tipo de iniciativas que apuestan al valor turístico de costumbres, patrimonio, identidad, bienes y saberes de cada territorio, además de descentralizar el turismo, típicamente concentrado en la costa este del país.

Compras Públicas Sostenibles

Otros incentivos económicos para enverdecer la recuperación se pueden formular desde las compras públicas sostenibles, en aquellos sectores en que el Estado es gran demandante de bienes y servicios y puede tener gran incidencia en el mercado. En una encuesta realizada en 2019 a empresas medianas y grandes de Uruguay, el porcentaje que estaría dispuesto a reducir sus emisiones de GEI crece en un escenario de exigencias por parte del Estado como comprador (REDD+ Uruguay 2020).

Entonces, ¿debemos realmente regresar (a lo mismo), o mejor avanzar (hacia algo nuevo)?

Como ya mencionamos en el artículo de agosto3, el modelo económico actual presenta claros problemas de sostenibilidad, acentuados por los efectos de la variabilidad y el cambio climático. La contaminación del aire y el agua, la erosión del suelo y la pérdida de biodiversidad son evidentes.

La respuesta parecería simple, sin embargo, hasta abril los países del G20 han destinado 7.3 billones de dólares en más de 300 medidas para paliar la crisis del COVID-19, de las cuales solo el 4% son consideradas “verdes”, es decir, con potencial de reducir los gases de efecto invernadero en el largo plazo (Hepburn et al., 2020).

Entonces, si la recuperación no es verde, ¿podemos llamarla recuperación o se trata de aplazar el problema?

Banco Asiático de Desarrollo, ADB (2020). ‘’6 Ways to Jumpstart a Green Recovery

from COVID-19’’. Artículo disponible at https://www.adb.org/news/features/6-

ways-jumpstart-green-recovery-covid-19

Banco Mundial (2020). ‘’Proposed Sustainability Checklist for Assessing Economic

Recovery Interventions April 2020’’. Banco Mundial, Washington, DC.

BID (2020a). ‘’Salir del túnel pandémico con crecimiento y equidad: Una

estrategia para un nuevo compacto social en América Latina y el Caribe’’. Banco

Interamericano de Desarrollo, Washington, DC.

BID (2020b). ‘’Infraestructura y empleo en América Latina y el Caribe’’. Banco

Interamericano de Desarrollo, Washington, DC.

C40 Cities (2020). ‘’Global Mayors COVID-19 Recovery Task Force‘’. C40 Cities

Climate Leadership Group, Nueva York, US.

Cepal (2020) El Rol de las Políticas Fiscales en la Recuperación Verde de la COVID-19: Experiencias, buenas prácticas y próximos pasos en América Latina y el Caribe

Donor Committee for Enterprise Development, DCED (2020). ‘’Using Private

Sector Development to achieve a Green Recovery in the context of the COVID-19

Pandemic’’. DCED Green Growth Working Group, Mayo 2020.

FMI (2020). ‘’Greening the Recovery’’. Fondo Monetario Internacional, Washington, DC.

Hepburn, C., O’Callaghan, B., Stern, N., Stiglitz, J., & Zenghelis, D. (2020). ‘’Will

COVID-19 fiscal recovery packages accelerate or retard progress on climate

change?’’. Oxford Review of Economic Policy, 36.

International Energy Agency, IEA/IMF (2020a) ‘’World Energy Outlook Special

Report: Sustainable Recovery’’. International Energy Agency, Paris, Francia.

International Energy Agency IEA(2020b), ‘Global Energy Review 2020’, Flagship Report,

International Energy Agency, IEA (2020b). ‘’Green Stimulus after the 2008 Crisis’’.

International Energy Agency, Paris, Francia.

Naciones Unidas, UN (2020). ‘’Climate change and COVID-19: UN urges nations

to ‘recover better.’’’

Naciones Unidas, Secretaría General (2020). ‘’Six climate-related actions to shape

the recovery’’. Naciones Unidas, Nueva York, US.

Proyecto REDD+ Uruguay (2020). Percepción del sector empresarial de Uruguay sobre emisiones y su compensación. Chiesa, V., Guanche, V., Martino, D., Alonso, F., Porzecansky, R. y Prato, D. Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca - Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente. Montevideo.

2 El objetivo es aumentar la resiliencia de las naciones y comunidades después de un desastre. Esto se logra cuando se integra a la recuperación, rehabilitación y reconstrucción de la infraestructura física y los sistemas sociales, medidas de reducción del riesgo a nuevos desastres. United Nations General Assembly. 2016. Report of the Open-Ended Intergovernmental Expert 2 Working Group on Indicators and Terminology Relating to Disaster Risk Reduction. Seventy-First Session, Item 19(c). A/71/644.


Publicado en la diaria

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